septiembre 14, 2006

DOMINGOS POR LA MAÑANA


Isabel salió de juerga anoche. Bebió cerveza, comió sushi costoso en un bar estilo europeo donde se sientan con las piernas cruzadas y mantienen conversaciones banales sobre el existencialismo por horas y horas.
Era un joven trabajadora, clase media, bastante hermosa y atea. En su interior sabía que había algo que iba más allá de todos y todo, pero solo el hecho de pensar en eso era estúpido y de hecho odiaba hacerlo. Para Isabel Dios sólo era un mal karma que llenaba de tristeza, sufrimiento y pena a los hombres y que el mundo debía cargar con él. Era mejor no pensar en eso.

Como la noche apenas empezaba y ya el tema estaba un tanto trillado, era hora de moverse de ambiente y la cuenta pasó por manos de Isabel y ésta decidió pagar con su tarjeta de crédito, solo para pretender.

Al entrar al otro bar se percató que sólo habían diez personas como máximo, lo que era suficiente para verse más o menos lleno en un lugar tan chico como aquél.
El lugar parecía no animarle mucho, pero igual pidieron una botella de vodka con jugo de arándanos. Según Isabel era la mejor mezcla para mantener el suficiente nivel de alcohol en la sangre para seguir hablando estupideces , no parecer estúpido y calmar la sed.
Encendía su cigarrillo al son de esa música oriunda de Ibiza y mientras aspiraba el humo, veía su rostro reflejado en el vaso lleno de aquel y al mismo tiempo vacío como ella.

La madrugada saludaba lenta y cada trago también. Sus amigos íntimos le recordaban su belleza, mientras ella se dejaba besar.
Súbitamente se apagaron las luces e Isabel se apoderó del club con el contoneo de sus caderas y los movimientos eróticos de sus brazos acariciándose. Isabel estaba feliz.

El club ya cerraba sus puertas, sin embargo, ni sus dos amigos ni los meseros querían verla partir ni a su hermosa cabellera. Pero era mejor retirarse como Diosa de la noche a que la obligaran a irse.
Sus amigos la escoltaron a su automóvil, Isabel creyó poder manejar. Lo hizo y llegó a casa; difícilmente abrió la puerta del apartamento.
Se quitó la ropa. Quería verse desnuda y saber quién era ella realmente.
Caminó y tropezó con la mesa de noche y reventó la bola de cristal contra el piso derramando la escarcha y el liquido que una vez cayeron sobre un castillo triste que Papá había traído de Hong Kong hace 3 años.
Los cristales cortaron sus pies y ella dejó la sangre fluir hasta coagularse.

Ya el sol salía y no había salvación, era domingo el día de Dios y la melancolía la recibía con todo su apogeo y darle los buenos días.
Isabel decido no ver mas un domingo por la mañana, ya había sido suficiente y esto era demasiado.

Arrodillada tomó el cepillo de la cómoda y peinó su cabellera enredada, tenía que verse hermosa.
Tomó los pedazos rotos con una mano, asegurándose de escoger los mas filosos y punzantes. Era necesario y muy justo. Los miró detenidamente y
sus dedos reventaron de sangre, la presión era fuerte y su pulso no. Se miró fijamente al espejo, mientras sonreía y rasgó su retina hasta no ver más que oscuridad.
Tumbada en el piso de su recámara sintió el dolor más surreal e inigualable de toda su vida. Absolutamente hermoso igual que ese domingo por la mañana.